Con ese fin aconsejamos y exhortamos la iniciación de una
“Noche de hogar” en toda la Iglesia, período en el cual los padres
puedan reunir a los hijos a su alrededor en el hogar y enseñarles
la palabra del Señor. De ese modo, podrán darse cuenta
mejor de las necesidades y condiciones de su familia, al mismo
tiempo que ellos y sus hijos se familiarizan más con los principios
del Evangelio de Jesucristo. Esa “Noche de hogar” debe dedicarse
a cantar himnos y canciones, a orar, a leer las Escrituras
y otros libros buenos, a tocar o escuchar música instrumental, a
hablar sobre temas de interés familiar, y a dar instrucción específica
sobre principios del Evangelio y problemas éticos de la
vida, así como sobre los deberes y obligaciones de los hijos hacia
los padres, el hogar, la Iglesia, la sociedad y la nación. Para los
niños pequeños, se pueden presentar recitados, canciones, relatos
o juegos apropiados. Se puede servir un refrigerio de los
que se preparan en el hogar
el grande e importante deber de enseñar a sus hijos,
desde la cuna hasta que se conviertan en hombres y mujeres,
todo principio del Evangelio, y esforzarse lo más posible como
padres por infundirles en el corazón el amor a Dios, la verdad,
la virtud, la honestidad, el honor y la integridad en todo lo que
sea bueno.
Enseñen a sus hijos estas cosas con espíritu
y con fuerza, sostenidos y fortalecidos por la práctica personal;
háganles ver que son sinceros y que practican lo que predican.
No dejen a sus hijos en manos de especialistas que les enseñen
estas cosas, sino instrúyanlos por su propio precepto y ejemplo,
en el seno de su propio hogar. Sean ustedes mismos especialistas
de la verdad. Hagan que las reuniones, la escuela y las organizaciones
sean el suplemento de las enseñanzas y la capacitación del
hogar, en lugar de ser el único o el principal maestro.
Si los santos obedecen este consejo, les prometemos grandes
bendiciones como resultado; aumentarán el amor en el hogar y
la obediencia a los padres; se desarrollará la fe en el corazón de
los niños y jóvenes de Israel, y obtendrán fuerzas para combatir
la mala influencia y las tentaciones que los acosan.
Carta de la primera presidencia, 27 abril 1915
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